martes, 16 de julio de 2013

La Dicha Mía


El primer semáforo del día trae siempre consigo un ejemplar de Publimetro, el diario gratuito que me entrega “el mismo gordito nuestro de cada día”. Una vez que llega a las manos de mi copiloto de excepción, mi hijo Sebas, empieza con la noticia que más llama su atención: “Celia Cruz. 10 años sin su ¡AZUCAR!” y como corresponde, la pregunta cayó de madura: “Papá, ¿Quién es Celia Cruz”.



Cuando escucho el nombre de Celia Cruz, aquella encantadora negra cubana de potente e inigualable voz, la primera canción suya que viene a mi mente es “La dicha mía”; una canción que es un recuerdo de mi infancia que trae a mi memoria los días en nuestro viejo dúplex del Jirón Atahualpa en mi Callao querido de siempre y  de los “elepés” de salsa que solían sonar en aquellos viejos parlantes de madera que teníamos allí. El efecto que causaba en mí la voz de Celia Cruz me hacía pensar que era la mujer con la voz más potente del mundo. Su popular grito “¡AZUCAR!” es tan antiguo como el más antiguo recuerdo de mi niñez.
En su canción “La dicha mía”, Celia Cruz hace un recuento de su historia musical cantando al lado de grandes de la salsa como la Sonora Matancera, Jhony Pacheco, Willy Colón, Pete “El Conde” Rodriguez, Tito Puente, y otros.   

Al llegar a mi oficina lo primero que hice fue buscar “La dicha mía” en YouTube; y al escucharla disfruté mucho con los recuerdos que se abalanzaban sobre mi mente y aquella sensación de ser niño por seis minutos nuevamente. A lo largo del día no dejé de cantar, cual si fuera un tic, aquel estribillo del coro que dice: “Esa dicha me la dio el Señor”.
 “La dicha que me dio el Señor”.

La dicha que me dio el Señor me hace decir que hoy soy un hombre dichoso y por eso “lo primero que yo hago al despertar es dar gracias a Dios todos los días” y aunque no le rezo a todos los santos le agradezco por la dicha mía. Se me hace inevitable hacer un recuento mental de las cosas por las cuales me siento un hombre dichoso.

La dicha que me dio el Señor se ha materializado en la vida de Angélica a mi lado. Angélica para mí es el amor hecho carne. Ella es la fuerza que tengo para querer ser mejor cada día. Cuando la Biblia dice que quien halla una esposa halla el bien y que alcanza la benevolencia de Dios no puedo hacer otra cosa más que reconocer que eso es verdad en mi vida. Angélica es la dicha que me dio el Señor. Ella me ha dado dos hijos maravillosos, me llena de amor cada día, y es una fuente permanente de cuidados y gracias sobre mi vida. Veo la dicha del Señor en mi Sebas, en su incomparable compañía y en sus logros de cada día y también en mi bebochita Angélica Rosalía y en su “te quiero papito” acompañado de  una volcánica avalancha de caricias y besos.
La dicha que me dio el Señor la veo en la vida de mis padres y hermanos. En la obra que Dios hizo en la vida de mi familia cuando todo pintaba para desgracia pues cuando sobre abundó la maldad sobre abundó la gracia de Dios para nuestras vidas. La veo en los cuidados de mi padre y en sus llamadas después de cada temblor. La veo en los consejos y en las oraciones de mamá. La veo en mis cuñados pues ahora son mis hermanos. La veo en mis sobrinos creciendo, en la Meli, en Samuel, en Marita, en mi Cuchito, en el Torito y en mi Thiago a quien amo con todo el corazón. La veo también en el cariño y las lágrimas de mi abuela cuando voy a verla y en el recuerdo de mis abuelos que ya no están a mi lado. La veo en el ejemplo de trabajo de mi tía Nancy en el beso cariñoso de mi tía René. La veo en la familia que gané al casarme con Angelita porque me recibieron con mucho amor y generosidad por lo que hoy también los amo entrañablemente.  

La dicha que me dio el Señor la he visto en ángeles guardianes que Él puso en mi vida durante los años que viví fuera de casa por temas de trabajo. Viene a mi mente el recuerdo de mi amigo Roberto Meneses y su familia quienes dejaron de ser amigos para convertirse en familia mía. Recuerdo también a Doña Sole, una amorosa tía renegona que cuidó de mí cuando era un extraño en la lejana Moquegua. Ella era dueña del restaurante donde pensionábamos y nunca olvidaré la torta que preparó el día de mi cumpleaños en el año 2,000. Para mí fue una bendición tenerla en casa y que conociera a mis padres, a mi esposa y a mi Sebas recién nacido.
La dicha que me dio el Señor la veo cada domingo en la iglesia donde congrego. La veo en mis hermanos cantando alabanzas en las viejas bancas repletas de cada domingo, en el abrazo de mis amigos al salir de la iglesia y en el beso de las hermanas mayores que me dicen que oran por mí.   

La dicha que me dio el Señor la veo en la vida de entrañables amigos, aún en aquellos a quienes ya no veo pero que gracias a Facebook mantenemos contacto. No necesito mencionarlos porque ellos saben quiénes son; yo sólo espero ser parte de la dicha de Dios para sus vidas.
La dicha que me dio el Señor la he visto en los trabajos que tuve y en el que hoy tengo. En los compañeros de trabajo, en aquellos que dejaron de serlo para volverse amigos, y algunos hasta hermanos. Porque algunos confiaron en mi hombro para llorar y otros me brindaron el suyo para el mismo fin.  
En fin. Podría escribir sin parar sobre la dicha que me dio el Señor.

Termino esta entrada con un verso bíblico que es un estandarte en mi vida: “Por la misericordia de Dios no somos consumidos, porque nunca decayeron sus bondades las cuales nuevas son cada mañana; grande es su fidelidad” (Eclesiastés 3:22-23)