Una de las cosas que más me gustan de mi actual trabajo es la oportunidad de conocer a muchas personas a través del servicio que les brindo. Este contacto (definitivamente involuntario) en algunos casos, ha permitido formar relaciones que van más allá del simple intercambio de comunicaciones en torno al servicio que buscan nuestros clientes y que nosotros le brindamos. Esta experiencia me ha permitido establecer relaciones amicales con más de un cliente, lo que nos permite conversar algunas temas que van más allá de lo estrictamente relacionado al servicio que les doy.
Es el caso de un cliente que reside en una ciudad en el interior del país. Para él, el hecho de residir en un departamento de la sierra en el que no tenemos presencia comercial ni técnica, se convirtió en una preocupación que de buena forma pudimos solucionar con un buen sistema de comunicación. Esto nos permitió conocernos un poco más, conversar de temas comunes a ambos (yo anteriormente trabajé en la mina en la que él trabaja), e incluso a conversar sobre nuestras familias.
El estuvo hace un par de días en mi oficina en Lima trayendo su vehículo para un servicio de mantenimiento. Me alegró verlo después de bastante tiempo del que no supe nada de él, lo cual desde luego de alguna forma me tranquilizaba pues era un indicio de que todo iba bien con su automóvil. Lamentablemente no todo bien con él. A continuación les cuento lo que pasó con él:
Traía una camisa negra, y al saludarlo lo vi un poco desanimado o cansado, no lo sabía con exactitud. Supuse que era por lo que le habría significado el manejar su auto en un viaje interprovincial (por experiencia se que no es nada agradable. Al menos para mí).
- ¿Qué es de tu vida compadre?¿Cómo te va con el auto?
- Allí, más o menos. No lo he estado usando mucho.
- Y ¿eso?¿Te ha estado fallando?
- No. He tenido allí unos temas con la familia, después te voy a contar.
No se porqué razón supuse inmediatamente que tal vez había tenido un problema con su mujer. Ya una vez había tenido un caso complicado en que una pareja de esposos que se habían separado. Uno se quedó con la llave del auto, y el otro con el auto; terminó el año de garantía y el auto no tenía ni 1,000 kilómetros de recorrido.
Volviendo al tema, me pidió que salgamos de mi oficina para conversar del tema. Ya estando fuera me contó una noticia que me dejó paralizado:
- ¿Recuerdas a mi hijita, la menorcita?
- Claro, la de 3 añitos. Trajiste a las dos la vez pasada ¿Le pasó algo?
- Si viejo. Falleció.
Un silencio total inundó mi alrededor ¿Cuál es la manera correcta de reaccionar en esa situación? No se porqué, lo primero que hice fue maldecir:
- ¡Maldita sea viejo!
- Si compadre, no sabes todo lo que he sufrido.
- Lo siento mucho compadre. (Lo abracé)
Ya pueden darse cuenta, que la relación con este tipo no es una relación “normal” entre un cliente y un proveedor de servicios. Parece más una relación de buenos amigos. O ¿no?
Luego de mi terrenal primera reacción ante tan nefasto y doloroso momento, vi que era un buen momento para poner en práctica aquel proverbio bíblico que dice: “En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia”. Y a pesar que este amigo mío ya llevaba ese dolor desde el mes de marzo, aún estaba angustiado. Traté de confortarlo con mi humilde punto de ver las cosas. Soy conciente que es muy difícil suponer como se puede sentir una persona en una situación así, pues uno debería haberlo vivido para realmente saberlo.
Tuvimos una conversación de varios minutos. Le hablé de Dios, de que los hijos son encargos que Dios nos da y que no son nuestros. Luego de platicar con él sentí una satisfacción personal pues creo que en algo pude ayudarlo con su acongojado espíritu. Me agradeció dedicarle un tiempo y luego de eso, me pidió acompañarlo a su auto. Había tenido el gesto de traerme desde Cajamarca varios productos típicos de ese lugar: sus famosas rosquitas, un pote de manjarblanco, una barra de queso mantecoso y unas galletas de leche.
- ¡Hey viejo! No deberías molestarte.
- Nada Gustavito. Asi trato yo a mis amigos.
Al acercarme al carro vi a su hijita mayor y para sorpresa mía, a su esposa cargando un bebé de pocos meses. Era su tercer hijo. Un varoncito. Me alegré y los felicité. Le di gracias a Dios por darles ese regalo, pues a pesar que la llegada de aquel bebé de ninguna manera ha quitado el dolor por la partida de su pequeña hija, desde luego atenúa semejante dolor, y es un motor más para que tome fuerzas y pueda salir adelante.
Fue difícil dejar de pensar en la situación por la que tuvo que atravesar este amigo. Es imposible no imaginar que una desgracia como la que le pasó le pueda pasar a cualquiera, lo cual desde luego también me incluye. Su pequeña hija tuvo un fuerte dolor de estómago por lo que la llevaron al hospital, en donde le dieron unas pastillas y le ordenaron descansar en casa. El médico no realizó un minucioso análisis del caso de la pequeña, quien nuevamente tuvo que ser llevada al hospital en donde finalmente falleció. Había tenido una infección intestinal que derivó en una septicemia y complicó todo en su pequeño cuerpo. Si; negligencia médica que le dicen.
Después de eso ¿qué te queda? ¿Qué mas puedes hacer sino en pensar en tus hijos, en la gente que amas?. No pude evitar que mi mente vuele y me imagine en una situación así de dolorosa. Me vi en una situación que me aterró y concluí que es imposible estar preparado para la muerte de un hijo. Y cuando eso pasa; ¿Dónde quedan los recuerdos? ¿Cómo se hace para no ver en cada detalle la imagen del hijo que no está? ¿Dónde quedan los momentos felices, las lágrimas derramadas, los abrazos y besos compartidos? Alguna vez escuché decir a alguien que la vida está diseñada para que los hijos vean morir a los padres y no al revés; esto tal vez es cierto, no lo sé, pero Dios tiene un propósito para cada una de las cosas que nos pasan.
He vivido tantas experiencias con mis pequeños hijos, seguramente estas no son nada con lo que me falta vivir con ellos, pero tengo tantas imágenes y momentos grabadas en mi mente y en mi corazón, que no sabría decir como reaccionaría ante una situación tan complicada. A ambos los he visto nacer, ambos me han hecho llorar de emoción y de preocupación, hemos reído tanto, me han hecho renegar, me hacen cada día más viejo con sus inocentes ocurrencias, son tantas cosas que no puedo imaginarme la vida sin ellos.
Esta ha sido una lección más para aprovechar el tiempo que Dios me permite disfrutar de ellos. Hoy ellos están a mi lado, me hacen feliz, pero es aterrador el solo hecho de pensar que podrían no estar en el momento menos esperado. Eso es una buena razón para hacer un firme propósito de aprovechar al máximo mi vida con ellos.
En verdad, me es imposible hacerme la idea de una vida sin ellos.
Es el caso de un cliente que reside en una ciudad en el interior del país. Para él, el hecho de residir en un departamento de la sierra en el que no tenemos presencia comercial ni técnica, se convirtió en una preocupación que de buena forma pudimos solucionar con un buen sistema de comunicación. Esto nos permitió conocernos un poco más, conversar de temas comunes a ambos (yo anteriormente trabajé en la mina en la que él trabaja), e incluso a conversar sobre nuestras familias.
El estuvo hace un par de días en mi oficina en Lima trayendo su vehículo para un servicio de mantenimiento. Me alegró verlo después de bastante tiempo del que no supe nada de él, lo cual desde luego de alguna forma me tranquilizaba pues era un indicio de que todo iba bien con su automóvil. Lamentablemente no todo bien con él. A continuación les cuento lo que pasó con él:
Traía una camisa negra, y al saludarlo lo vi un poco desanimado o cansado, no lo sabía con exactitud. Supuse que era por lo que le habría significado el manejar su auto en un viaje interprovincial (por experiencia se que no es nada agradable. Al menos para mí).
- ¿Qué es de tu vida compadre?¿Cómo te va con el auto?
- Allí, más o menos. No lo he estado usando mucho.
- Y ¿eso?¿Te ha estado fallando?
- No. He tenido allí unos temas con la familia, después te voy a contar.
No se porqué razón supuse inmediatamente que tal vez había tenido un problema con su mujer. Ya una vez había tenido un caso complicado en que una pareja de esposos que se habían separado. Uno se quedó con la llave del auto, y el otro con el auto; terminó el año de garantía y el auto no tenía ni 1,000 kilómetros de recorrido.
Volviendo al tema, me pidió que salgamos de mi oficina para conversar del tema. Ya estando fuera me contó una noticia que me dejó paralizado:
- ¿Recuerdas a mi hijita, la menorcita?
- Claro, la de 3 añitos. Trajiste a las dos la vez pasada ¿Le pasó algo?
- Si viejo. Falleció.
Un silencio total inundó mi alrededor ¿Cuál es la manera correcta de reaccionar en esa situación? No se porqué, lo primero que hice fue maldecir:
- ¡Maldita sea viejo!
- Si compadre, no sabes todo lo que he sufrido.
- Lo siento mucho compadre. (Lo abracé)
Ya pueden darse cuenta, que la relación con este tipo no es una relación “normal” entre un cliente y un proveedor de servicios. Parece más una relación de buenos amigos. O ¿no?
Luego de mi terrenal primera reacción ante tan nefasto y doloroso momento, vi que era un buen momento para poner en práctica aquel proverbio bíblico que dice: “En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia”. Y a pesar que este amigo mío ya llevaba ese dolor desde el mes de marzo, aún estaba angustiado. Traté de confortarlo con mi humilde punto de ver las cosas. Soy conciente que es muy difícil suponer como se puede sentir una persona en una situación así, pues uno debería haberlo vivido para realmente saberlo.
Tuvimos una conversación de varios minutos. Le hablé de Dios, de que los hijos son encargos que Dios nos da y que no son nuestros. Luego de platicar con él sentí una satisfacción personal pues creo que en algo pude ayudarlo con su acongojado espíritu. Me agradeció dedicarle un tiempo y luego de eso, me pidió acompañarlo a su auto. Había tenido el gesto de traerme desde Cajamarca varios productos típicos de ese lugar: sus famosas rosquitas, un pote de manjarblanco, una barra de queso mantecoso y unas galletas de leche.
- ¡Hey viejo! No deberías molestarte.
- Nada Gustavito. Asi trato yo a mis amigos.
Al acercarme al carro vi a su hijita mayor y para sorpresa mía, a su esposa cargando un bebé de pocos meses. Era su tercer hijo. Un varoncito. Me alegré y los felicité. Le di gracias a Dios por darles ese regalo, pues a pesar que la llegada de aquel bebé de ninguna manera ha quitado el dolor por la partida de su pequeña hija, desde luego atenúa semejante dolor, y es un motor más para que tome fuerzas y pueda salir adelante.
Fue difícil dejar de pensar en la situación por la que tuvo que atravesar este amigo. Es imposible no imaginar que una desgracia como la que le pasó le pueda pasar a cualquiera, lo cual desde luego también me incluye. Su pequeña hija tuvo un fuerte dolor de estómago por lo que la llevaron al hospital, en donde le dieron unas pastillas y le ordenaron descansar en casa. El médico no realizó un minucioso análisis del caso de la pequeña, quien nuevamente tuvo que ser llevada al hospital en donde finalmente falleció. Había tenido una infección intestinal que derivó en una septicemia y complicó todo en su pequeño cuerpo. Si; negligencia médica que le dicen.
Después de eso ¿qué te queda? ¿Qué mas puedes hacer sino en pensar en tus hijos, en la gente que amas?. No pude evitar que mi mente vuele y me imagine en una situación así de dolorosa. Me vi en una situación que me aterró y concluí que es imposible estar preparado para la muerte de un hijo. Y cuando eso pasa; ¿Dónde quedan los recuerdos? ¿Cómo se hace para no ver en cada detalle la imagen del hijo que no está? ¿Dónde quedan los momentos felices, las lágrimas derramadas, los abrazos y besos compartidos? Alguna vez escuché decir a alguien que la vida está diseñada para que los hijos vean morir a los padres y no al revés; esto tal vez es cierto, no lo sé, pero Dios tiene un propósito para cada una de las cosas que nos pasan.
He vivido tantas experiencias con mis pequeños hijos, seguramente estas no son nada con lo que me falta vivir con ellos, pero tengo tantas imágenes y momentos grabadas en mi mente y en mi corazón, que no sabría decir como reaccionaría ante una situación tan complicada. A ambos los he visto nacer, ambos me han hecho llorar de emoción y de preocupación, hemos reído tanto, me han hecho renegar, me hacen cada día más viejo con sus inocentes ocurrencias, son tantas cosas que no puedo imaginarme la vida sin ellos.
Esta ha sido una lección más para aprovechar el tiempo que Dios me permite disfrutar de ellos. Hoy ellos están a mi lado, me hacen feliz, pero es aterrador el solo hecho de pensar que podrían no estar en el momento menos esperado. Eso es una buena razón para hacer un firme propósito de aprovechar al máximo mi vida con ellos.
En verdad, me es imposible hacerme la idea de una vida sin ellos.