Habíamos pasado parte de la mañana del sábado anterior al día de la madre en casa de mis papás. Pasado el mediodía, Sebastián y yo regresábamos a casa ambos de muy buen ánimo hasta que pasamos frente a la estación de bomberos ubicado en la avenida La Marina.
- Papá quiero que me lleves a los bomberos.
- Ahora no hijo, tenemos que ir rápido a casa porque yo tengo que ir a la universidad y ya estamos un poco tarde.
- Papá vamos un ratito nada más
Empecé a sentir que el ánimo de Sebas iba cambiando. Su cordial pedido de desviarnos y visitar la estación de bomberos se iba convirtiendo poco a poco en una exigencia de ribetes dictatoriales.
- Si, si, yo quiero ir a los bomberos.
- Yo se que quieres ir a los bomberos, pero entiende que yo no te puedo llevar hoy porque tengo un examen en la universidad.
Sebas entró en un profundo silencio. Esos silencios que te hacen pensar que algo te va a decir. Sabía que en su cabeza, el pequeño que me sigue tramaba un contraataque.
- Papá, ¿Dios ama a las personas que viven en Júpiter?
¿Qué? Pero, que capacidad tiene este chibolo para sacarte de cuadro. Supuse de inmediato que detrás de esa pregunta completamente ajena a nuestra discusión inicial tenía un propósito completamente claro en la mente de Sebas. Supuse también que no era el mejor momento de hablar de la vida en otros planetas pues conociendo a mi copiloto de turno, me expondría a un largo interrogatorio. Lo mejor en ese momento era darle una respuesta rápida y que no permita más repreguntas.
- Si hijo, Dios ama también a las personas que viven en Júpiter.
- Entonces por no llevarme a los bomberos me voy a ir a vivir a Júpiter.
Lo sabía. Esa pregunta traía un “pequeño castigo para papá”.
Pero esta vez creo que a mi buen Sebastián el tiro le salió por la culata pues luego de la carcajada de rigor entré en razón y pude darle una interpretación a la sentencia lanzada por él. Pensé que Sebastián quería hacerme sentir mal diciéndome que se iría a vivir a Júpiter, pero antes de eso hubo algo que a él le preocupaba: ¿Dios también ama a los que viven en Júpiter? Cuando le dije que sí, no lo dudó y dijo lo que dijo. Y ¿si le hubiese dicho que no? Estoy seguro que no habría dicho lo mismo.
Me emocionó saber que para él, el poder gozar del amor de Dios es indispensable y que es algo a lo que ya empieza a darle un valor. Es lo que quiero; que él entienda que sin el amor de Dios no somos nada y que todo lo que somos y lo que podemos tener es una muestra del amor de Dios para nuestras vidas.
Fue sin dudas un buen momento para darle gracias a Dios porque son los pequeños frutos que empiezo a ver en la vida de Sebastián, y porque empieza a crecer en los caminos de Dios.
Es mi deseo que siempre tenga claro que esté donde esté, que vaya a donde vaya, el amor de Dios estará a su lado. Así sea en Júpiter.