Un día cualquiera. Av. Javier Prado. 19:00 horas. Hora punta. Manejo mi nave. Peugeot 306. Cientos de autos. Dos vías. Un solo objetivo: Llegar a casa. El tráfico me detiene. Analizo los rostros. Las caras de la agitada Lima.
Allí va ella. Acomodó su cabeza en el frío vidrio de la vieja Custer. Se durmió pensando en sus hijos. No los vio en todo el día. Le queda una hora de viaje para llegar a su lejana Comas.
Giro a la izquierda. Allí va el. Apoya la frente en el timón de su Rav4. Levanta la cabeza y refriega su rostro con sus manos. Inclina la cabeza hacia atrás. Nota que lo estoy mirando. Me mira. La luz cambia a verde y ambos emprendemos la marcha.
Allí va ella. Su mirada perdida demuestra tristeza. Espera que esta vez las cosas mejoren en casa. No sabe si su marido llegará esta noche. Mil demonios rondan por su mente y piensa si estará con esa intrusa otra vez. Se mueve la vieja Combi. Su mirada sigue imperturbable.
Allí van ellas. Paradas en el enorme ómnibus. Van sonriendo. Se encontraron después de tiempo y aprovechan el cansino paso de los autos para ponerse al tanto de sus vidas. Una le cuenta que se casa pronto. La otra que ya se separó. Prefieren cambiar de tema. Un sospechoso detrás de ellas llama su atención. Agarran fuerte sus carteras. El policía nos dio pase. Tengo que poner primera otra vez.
Allí van ellos. Aprovechan para darse besos. El quita las manos del timón. Ella se deja caer en sus brazos. Hay tiempo suficiente para demostrarse amor. Apenas nos había detenido el semáforo. Yo espero que avancen los autos. Ellos ruegan por seguir detenidos.
Lo veo allí. Va sentado leyendo. Esta vez no le cedió el asiento a la señora que lo mira enojada. El va estudiando. Ella rogando por un asiento. El tiene que esforzarse al máximo; si espera llegar a casa para empezar a estudiar para el examen del día siguiente, tal vez encuentre en el cansancio y el sueño la mejor excusa para no aprobar. Prefiere hacer de la Combi La Molina – Ventanilla su cuarto de estudio. Ella sigue esperando.
Ella va sonriendo sola. No ve la hora de llegar a casa y cargar al bebé del que tanto le costó separarse esa mañana por que se acabó su periodo post natal. Lleva además de su bolso y su lonchera, un pequeño maletín; y en él la leche que se sacó con esa bendita maquinita que lleva dentro. Llegará a casa. Cargará a su bebé. Sigue sonriendo. Pero aún falta mucho. Debe llegar a La Punta. Su bebé debe esperar.
Allí van los miles de rostros que hacen la gran Lima de la hora punta. Allí van miles de historias. Miles de dramas. Miles de ilusiones.
Y allí voy yo. Rogando que avance nuestro Peugeot. Rogando que vuelen los segundos, los minutos, las horas. Que llegue pronto el momento de llegar a ti, para envolverte en un abrazo y tocarte con un beso. Te amo Angélica.