Una de las cosas que más recuerdo de mi niñez y tal vez la excentricidad más grande de mi vida la puedo resumir así: Fui hincha a muerte de Diego Armando Maradona.
Aún recuerdo las primeras veces que se mencionaba a Diego Maradona en nuestras pichanguitas en la pista de la cuadra 4 del jirón Atahualpa allá por 1980. Todos queríamos ser Maradona, a veces hasta nos turnábamos por ser Diego y hacer una jugada de ensueño para hacer cruzar la sucia pelota de jebe por las dos piedras que hacían las veces de arco en nuestra improvisada cancha de fútbol.
Aún recuerdo las primeras veces que se mencionaba a Diego Maradona en nuestras pichanguitas en la pista de la cuadra 4 del jirón Atahualpa allá por 1980. Todos queríamos ser Maradona, a veces hasta nos turnábamos por ser Diego y hacer una jugada de ensueño para hacer cruzar la sucia pelota de jebe por las dos piedras que hacían las veces de arco en nuestra improvisada cancha de fútbol.
Recuerdo claramente la expectativa que me generó ver por primera vez a Maradona en el mundial de España 82. A mis cortos 8 años, nunca lo había visto jugar, pero estaba allí sentado, expectante e ilusionado por verlo brillar y comprobar que era el genio que todos decían que era. Soy sincero, me desilusionó ver el primer partido de Diego en ese mundial y ver perder a Argentina ante la selección de Bélgica. Ese partido lo vi en casa de un amigo del colegio llamado Jaime Algarate y no recuerdo nada genial de Maradona. Lo único que recuerdo de ese mundial es que a Maradona lo expulsaron por una artera patada en el partido con Brasil. La frustración fue total. Ya no quería ser Maradona en las pichanguitas del barrio...
Tuvieron que pasar tres años para que la mecha “maradoniana” se encienda nuevamente dentro de mí. Maradona venía a Lima para las eliminatorias. Lamentablemente por alguna razón no pude ir a ese partido y tuve que contentarme de verlo por la tele. Fue el recordado partido de la marca de Reyna a Maradona. Los que sabemos un poquito de esa historia recordamos que Argentina llegó al mundial de México 86, y fue en ese mundial en que realmente me hice hincha de Diego Armando Maradona.
Contar la historia de mis años de hincha de Maradona no podría resumirla en un solo posteo. Yo podría escribir un blog para hablar solamente de eso. Ver a Maradona jugar era para mí un tema prioritario. Antes, cuando no existía la televisión por cable era imposible ver los partidos de las grandes ligas del mundo, y por ende poco o nada se podía ver de Maradona en la TV, así que si por alguna razón (muy extraña por cierto) se pasaban fragmentos de los partidos de Maradona, yo no me los podía perder.
Fui feliz, y tengo grabada la imagen en mi mente, de cuando Maradona alzó la copa del mundo en 1986. Grité a más no poder sus goles ante los ingleses, sobre todo aquel en que dejó atrás a cuanto inglés se le cruzara, y que es considerado el mejor gol de la historia de los mundiales. Grité mucho el gol que le hizo a Bélgica casi cayendo al piso. Empecé a hacerme hincha del Checho Batista, de Nery Pumpido, de Valdano, del “Cabezón” Ruggeri, del Vasco Olarticochea, del “Tata” Brown, jugadores casi “anónimos” que se hicieron famosos al lado de Maradona. Seguí toda la trayectoria de Maradona después de ese mundial; guardaba recortes de periódicos, tenía mi video en VHS de sus mejores jugadas, tenía posters, y hasta me hacían chistes sobre mi fanatismo inexplicable por Maradona.
Hablar de Maradona y no tocar el tema de los casos de dopaje y de su vida loca envuelta en el alcohol y las drogas es imposible. Reconozco que sufrí mucho al ver caer a Diego Maradona una y otra vez, y desde luego fui víctima de las más crueles burlas de los que se alegraban de la desgracia de ese hombre, a quien mal hicimos sus hinchas en endiosarlo.
Recuerdo haber llorado amargamente luego de aquel partido entre Argentina y Rumania en el mundial de EEUU 1994, cuando la selección Argentina quedó fuera del mundial ya sin Maradona en la cancha. Vi ese partido en el campus de TECSUP (por entonces mi centro de estudios) y ya estaba triste porque días antes Maradona había dado positivo en el control antidopaje luego del partido contra Nigeria (¡Cómo grité el gol de Caniggia!). Tengo grabada la imagen de Diego saliendo de la cancha tomado de la mano con una rubia enfermera rumbo a lo que sería el fin de su participación en ese mundial. Ese viaje desde Santa Anita (donde quedaba el campus) hasta mi casa en el Callao fue interminable; tuve el llanto contenido durante todo el viaje, y al llegar a casa rompí en llanto. No por la selección Argentina sino por Maradona, porque fue amargo ver su aparatosa caída, de ver como una vez más daba positivo en el control (ya había sido sancionado en el 91 por lo mismo). Recuerdo haber abrazado a mi mamá y haber llorado en su regazo como si aún fuera el niño regordete de 8 años que jugaba a ser Maradona en la pista de mi barrio, con el dolor de pensar que era el final de su carrera y, muy el fondo, decepcionado de mi ídolo deportivo.
Maradona volvió a la cancha, porque como dijo el día de su despedida: “La pelota no se mancha” y porque si hay algo en la vida que ama Maradona, eso es el fútbol. Yo aprendí a separar en mi mente al endiablado “barrilete cósmico” que hacía magia en la cancha de fútbol, de aquel hombre que cual pelota de ping pong iba de un lado a otro, de escándalo en escándalo. Y ese fue mi consuelo: Yo admiré y admiro al futbolista Maradona, pero nunca al ciudadano Diego Maradona.
A mis 34 años sigo creyendo que Diego Armando Maradona Franco es el más grande de todos los tiempos. Muchos dirán que fue Pelé o algunos otros y yo respeto su opinión. A mi nada me quita la idea de que el más grande es Maradona.
Hoy 30 de Octubre de 2008, Diego Armando Maradona cumple 48 años, y yo deseo que la pase bien. ¡Grande Diego! Y que cumpla muchos más.
Tuvieron que pasar tres años para que la mecha “maradoniana” se encienda nuevamente dentro de mí. Maradona venía a Lima para las eliminatorias. Lamentablemente por alguna razón no pude ir a ese partido y tuve que contentarme de verlo por la tele. Fue el recordado partido de la marca de Reyna a Maradona. Los que sabemos un poquito de esa historia recordamos que Argentina llegó al mundial de México 86, y fue en ese mundial en que realmente me hice hincha de Diego Armando Maradona.
Contar la historia de mis años de hincha de Maradona no podría resumirla en un solo posteo. Yo podría escribir un blog para hablar solamente de eso. Ver a Maradona jugar era para mí un tema prioritario. Antes, cuando no existía la televisión por cable era imposible ver los partidos de las grandes ligas del mundo, y por ende poco o nada se podía ver de Maradona en la TV, así que si por alguna razón (muy extraña por cierto) se pasaban fragmentos de los partidos de Maradona, yo no me los podía perder.
Fui feliz, y tengo grabada la imagen en mi mente, de cuando Maradona alzó la copa del mundo en 1986. Grité a más no poder sus goles ante los ingleses, sobre todo aquel en que dejó atrás a cuanto inglés se le cruzara, y que es considerado el mejor gol de la historia de los mundiales. Grité mucho el gol que le hizo a Bélgica casi cayendo al piso. Empecé a hacerme hincha del Checho Batista, de Nery Pumpido, de Valdano, del “Cabezón” Ruggeri, del Vasco Olarticochea, del “Tata” Brown, jugadores casi “anónimos” que se hicieron famosos al lado de Maradona. Seguí toda la trayectoria de Maradona después de ese mundial; guardaba recortes de periódicos, tenía mi video en VHS de sus mejores jugadas, tenía posters, y hasta me hacían chistes sobre mi fanatismo inexplicable por Maradona.
Hablar de Maradona y no tocar el tema de los casos de dopaje y de su vida loca envuelta en el alcohol y las drogas es imposible. Reconozco que sufrí mucho al ver caer a Diego Maradona una y otra vez, y desde luego fui víctima de las más crueles burlas de los que se alegraban de la desgracia de ese hombre, a quien mal hicimos sus hinchas en endiosarlo.
Recuerdo haber llorado amargamente luego de aquel partido entre Argentina y Rumania en el mundial de EEUU 1994, cuando la selección Argentina quedó fuera del mundial ya sin Maradona en la cancha. Vi ese partido en el campus de TECSUP (por entonces mi centro de estudios) y ya estaba triste porque días antes Maradona había dado positivo en el control antidopaje luego del partido contra Nigeria (¡Cómo grité el gol de Caniggia!). Tengo grabada la imagen de Diego saliendo de la cancha tomado de la mano con una rubia enfermera rumbo a lo que sería el fin de su participación en ese mundial. Ese viaje desde Santa Anita (donde quedaba el campus) hasta mi casa en el Callao fue interminable; tuve el llanto contenido durante todo el viaje, y al llegar a casa rompí en llanto. No por la selección Argentina sino por Maradona, porque fue amargo ver su aparatosa caída, de ver como una vez más daba positivo en el control (ya había sido sancionado en el 91 por lo mismo). Recuerdo haber abrazado a mi mamá y haber llorado en su regazo como si aún fuera el niño regordete de 8 años que jugaba a ser Maradona en la pista de mi barrio, con el dolor de pensar que era el final de su carrera y, muy el fondo, decepcionado de mi ídolo deportivo.
Maradona volvió a la cancha, porque como dijo el día de su despedida: “La pelota no se mancha” y porque si hay algo en la vida que ama Maradona, eso es el fútbol. Yo aprendí a separar en mi mente al endiablado “barrilete cósmico” que hacía magia en la cancha de fútbol, de aquel hombre que cual pelota de ping pong iba de un lado a otro, de escándalo en escándalo. Y ese fue mi consuelo: Yo admiré y admiro al futbolista Maradona, pero nunca al ciudadano Diego Maradona.
A mis 34 años sigo creyendo que Diego Armando Maradona Franco es el más grande de todos los tiempos. Muchos dirán que fue Pelé o algunos otros y yo respeto su opinión. A mi nada me quita la idea de que el más grande es Maradona.
Hoy 30 de Octubre de 2008, Diego Armando Maradona cumple 48 años, y yo deseo que la pase bien. ¡Grande Diego! Y que cumpla muchos más.