Había decidido no dejarse vencer por la adversidad. Tenía en sus dos pequeños hijos dos hermosas razones para no sucumbir ante tan grande mar de incertidumbre y desesperanza. Había entendido que lo mejor era que ese hombre esté lejos de ella. Ya no importaba que la haya abandonado junto a sus dos pequeños hijos, al fin y al cabo era el final de largos años de maltratos, humillaciones e injusticias. No había más lágrimas para llorar, ni tiempo para recomponerse. Había que empezar a cambiar su tan golpeado mundo.
Martha había trabajado desde muy temprano preparando unos queques de una vieja receta aprendida en sus años de escolar. Había coordinado con su madre el cuidado de Pablo y Camuchita, sus pequeños hijos. Tenía todo el temor de salir por primera vez en su vida a vender a la calle porque “nunca he vendido nada y tengo miedo. Pero si no lo hago hoy no lo hago nunca. Esto no se queda así, voy a demostrarle a ese infeliz que yo puedo sacar adelante a mis hijos, y que puedo vivir sin él”. Al menos lo tenía claro.
Abrió la puerta de su casa, con sus dos queques y toda una ilusión encima: Venderlo todo en esa misma mañana. No terminaba de rezar un padrenuestro cuando a pocos metros de su casa un hombre tirado en la vereda fue un mal presagio para su día. “Ojala esto no sea un mal augurio, quiero que todo me salga bien el día de hoy”. Al pasar por delante del hombre no pudo evitar mirarlo a los ojos y ver su miseria reflejada en esa mirada. “Buenos días” dijo él. Ella siguió con su padrenuestro.
Eran las tres de la tarde y aún quedaban cuatro tajadas de queque. Ella aún no había almorzado y decidió comer una de ellas, y mientras degustaba su improvisado almuerzo, una vieja anciana le compró dos tajadas. “También es mi almuerzo hijita”. Le dio gracias a Dios por la venta de ese día y decidió regalar a algún menesteroso la tajada que le quedaba cuando divisó al hombre tirado en la acera que la saludó esa mañana. Le pidió a la vieja anciana que se le entregue y que no le diga quien se lo enviaba para que no la moleste cualquier otro día.
Regresó feliz a casa con la venta de ese día. Lloró cuando abrazó a su madre contándole de su primera experiencia en la vida dura de la calle, y se fortaleció viendo que su ganancia no era poca para lo que había invertido. Desde aquel día no dejó de salir a la calle día a día a buscar el sustento suyo y el de sus hijos. Hubo días en que las ventas no fueron buenas y solamente había que contentarse con no perder. Había sido asaltada retornando a casa, engañada con monedas y billetes falsos, golpeada por unos agentes municipales y otras mil penurias pero “nada me va a tumbar, tengo que salir adelante”.
Había pasado casi un año en el que día a día, incluso estando enferma, había salido a vender sus postres. Hasta que llegó el momento de dar el salto. Las ventas eran buenas ahora y con ellas se podía pagar un pequeño puestito en el mercado. Tenía su clientela fiel, y “si no es ahora, pues es nunca”.
El primer día en que vendería en su puesto, salió de casa con el padrenuestro de cada día, cuando vio al menesteroso que hacía casi un año había visto al salir de casa en su primer día de venta en la calle. Se sorprendió pues el tipo estaba completamente cambiado, no era el moribundo sucio de mirada miserable e incluso le tomó trabajo reconocerlo. Si no hubiera sido por el “buenos días” similar al de la primera vez no se habría convencido que era él. Martha se sorprendió de verlo tan cambiado “seguramente se ha metido a los evangelistas y ya le cambiaron la vida en la iglesia”. No dudó en contestar con un amable “buenos días” porque “a lo mejor su buenos días me da suerte como la primera vez que vendí mis dos queques. Talvez hoy rayo en mi nuevo puestito. Ay Diosito ayúdame con la venta de hoy”.
Al parecer el saludo de aquel hombre si le traía un toque de suerte a su negocio. Habían pasado los meses y había quedado atrás el pequeño puestito donde empezó. Ahora tenía un puesto mucho más grande, siempre en el mismo mercado, en donde instaló su “Juguería Camuchita” y ahora era el punto en el que muchos transeúntes y vendedores del vercado desayunaban. Su especialidad eran sus jugos y sus “sánguches de lomito” que se vendían como pan caliente.
Su negocio le dio la estabilidad que buscaba. No era una mujer adinerada pero ahora podía vivir tranquila. Era una mujer sana que todo lo que ganaba lo llevaba a su casa. Había conseguido lo que con mucha rabia decidió luego de ser abandonada: Salir adelante por ella, por sus hijos, “porque la vida no se acaba porque te quedas sin alguien a tu lado”. Su trabajo le había permitido mudarse de la pequeña casita testigo de tanto sufrimiento. También pudo cambiar de colegio al pequeño Pablo “porque en uno particular le van a enseñar mejor y no hay problema con las huelgas y los maestros del SUTEP”.
Un día al retornar a casa, vio en la esquina de su casa a aquel hombre que se aparecía cada que cambiaba algo en su vida. Ya no era un menesteroso, ni siquiera era un tipo que cause temor alguno. Se había convertido en un hombre con apariencia de decencia, limpio, bien vestido y de buen semblante. Hasta llegó a inquietar a Martha con su mirada ya que “si así te ponen guapo en la religión, pues yo también me meto”. Entró a casa con la incertidumbre de saber que iría a pasar pues aquel hombre había aparecido de nuevo. Casi no pudo dormir esa noche pensando en él y en lo que habría de acontecer, porque cada vez que aparecía él, algo bueno estaba por pasar.
A la mañana siguiente salió de casa algo aletargada porque casi no durmió pensando en aquel hombre y su nueva aparición. Y mientras terminaba el padrenuestro de cada día escuchó detrás de ella un “Buenos días Martha”. Quedó estática. Paralizada. Sabía que era él. Se detuvo. Volteó con mucho temor, no porque la saludó sino porque esta vez mencionó su nombre. Estaba detrás suyo con una rosa en la mano.
- Soy tu destino
- ¿Mi destino? ¿Eres mi destino?
- Si Martha, y ahora estoy así por ti. Dime cómo me viste la primera vez.
- Eras un desastre, un miserable y nadie daba nadie por ti.
- Así era tu destino ese día. No tenías nada y no eras nadie. Todo era negro en tu horizonte y mírame ahora. Tú decidiste cambiarme y no dejarme miserable. En base a tu esfuerzo lo has hecho y para bien. Y heme aquí: decente y promisorio. Has salido adelante por ti y por tus hijos, y te irá cada vez mejor.
Una lágrima humedeció el rostro de Martha.
-No destino mío. Fue mi padrenuestro de cada día.
Lo abrazó, le dio un beso y se alejó. Nunca más volvió a verlo. Sabía que mientras ella esté bien, él también lo estaría.
Martha había trabajado desde muy temprano preparando unos queques de una vieja receta aprendida en sus años de escolar. Había coordinado con su madre el cuidado de Pablo y Camuchita, sus pequeños hijos. Tenía todo el temor de salir por primera vez en su vida a vender a la calle porque “nunca he vendido nada y tengo miedo. Pero si no lo hago hoy no lo hago nunca. Esto no se queda así, voy a demostrarle a ese infeliz que yo puedo sacar adelante a mis hijos, y que puedo vivir sin él”. Al menos lo tenía claro.
Abrió la puerta de su casa, con sus dos queques y toda una ilusión encima: Venderlo todo en esa misma mañana. No terminaba de rezar un padrenuestro cuando a pocos metros de su casa un hombre tirado en la vereda fue un mal presagio para su día. “Ojala esto no sea un mal augurio, quiero que todo me salga bien el día de hoy”. Al pasar por delante del hombre no pudo evitar mirarlo a los ojos y ver su miseria reflejada en esa mirada. “Buenos días” dijo él. Ella siguió con su padrenuestro.
Eran las tres de la tarde y aún quedaban cuatro tajadas de queque. Ella aún no había almorzado y decidió comer una de ellas, y mientras degustaba su improvisado almuerzo, una vieja anciana le compró dos tajadas. “También es mi almuerzo hijita”. Le dio gracias a Dios por la venta de ese día y decidió regalar a algún menesteroso la tajada que le quedaba cuando divisó al hombre tirado en la acera que la saludó esa mañana. Le pidió a la vieja anciana que se le entregue y que no le diga quien se lo enviaba para que no la moleste cualquier otro día.
Regresó feliz a casa con la venta de ese día. Lloró cuando abrazó a su madre contándole de su primera experiencia en la vida dura de la calle, y se fortaleció viendo que su ganancia no era poca para lo que había invertido. Desde aquel día no dejó de salir a la calle día a día a buscar el sustento suyo y el de sus hijos. Hubo días en que las ventas no fueron buenas y solamente había que contentarse con no perder. Había sido asaltada retornando a casa, engañada con monedas y billetes falsos, golpeada por unos agentes municipales y otras mil penurias pero “nada me va a tumbar, tengo que salir adelante”.
Había pasado casi un año en el que día a día, incluso estando enferma, había salido a vender sus postres. Hasta que llegó el momento de dar el salto. Las ventas eran buenas ahora y con ellas se podía pagar un pequeño puestito en el mercado. Tenía su clientela fiel, y “si no es ahora, pues es nunca”.
El primer día en que vendería en su puesto, salió de casa con el padrenuestro de cada día, cuando vio al menesteroso que hacía casi un año había visto al salir de casa en su primer día de venta en la calle. Se sorprendió pues el tipo estaba completamente cambiado, no era el moribundo sucio de mirada miserable e incluso le tomó trabajo reconocerlo. Si no hubiera sido por el “buenos días” similar al de la primera vez no se habría convencido que era él. Martha se sorprendió de verlo tan cambiado “seguramente se ha metido a los evangelistas y ya le cambiaron la vida en la iglesia”. No dudó en contestar con un amable “buenos días” porque “a lo mejor su buenos días me da suerte como la primera vez que vendí mis dos queques. Talvez hoy rayo en mi nuevo puestito. Ay Diosito ayúdame con la venta de hoy”.
Al parecer el saludo de aquel hombre si le traía un toque de suerte a su negocio. Habían pasado los meses y había quedado atrás el pequeño puestito donde empezó. Ahora tenía un puesto mucho más grande, siempre en el mismo mercado, en donde instaló su “Juguería Camuchita” y ahora era el punto en el que muchos transeúntes y vendedores del vercado desayunaban. Su especialidad eran sus jugos y sus “sánguches de lomito” que se vendían como pan caliente.
Su negocio le dio la estabilidad que buscaba. No era una mujer adinerada pero ahora podía vivir tranquila. Era una mujer sana que todo lo que ganaba lo llevaba a su casa. Había conseguido lo que con mucha rabia decidió luego de ser abandonada: Salir adelante por ella, por sus hijos, “porque la vida no se acaba porque te quedas sin alguien a tu lado”. Su trabajo le había permitido mudarse de la pequeña casita testigo de tanto sufrimiento. También pudo cambiar de colegio al pequeño Pablo “porque en uno particular le van a enseñar mejor y no hay problema con las huelgas y los maestros del SUTEP”.
Un día al retornar a casa, vio en la esquina de su casa a aquel hombre que se aparecía cada que cambiaba algo en su vida. Ya no era un menesteroso, ni siquiera era un tipo que cause temor alguno. Se había convertido en un hombre con apariencia de decencia, limpio, bien vestido y de buen semblante. Hasta llegó a inquietar a Martha con su mirada ya que “si así te ponen guapo en la religión, pues yo también me meto”. Entró a casa con la incertidumbre de saber que iría a pasar pues aquel hombre había aparecido de nuevo. Casi no pudo dormir esa noche pensando en él y en lo que habría de acontecer, porque cada vez que aparecía él, algo bueno estaba por pasar.
A la mañana siguiente salió de casa algo aletargada porque casi no durmió pensando en aquel hombre y su nueva aparición. Y mientras terminaba el padrenuestro de cada día escuchó detrás de ella un “Buenos días Martha”. Quedó estática. Paralizada. Sabía que era él. Se detuvo. Volteó con mucho temor, no porque la saludó sino porque esta vez mencionó su nombre. Estaba detrás suyo con una rosa en la mano.
- Soy tu destino
- ¿Mi destino? ¿Eres mi destino?
- Si Martha, y ahora estoy así por ti. Dime cómo me viste la primera vez.
- Eras un desastre, un miserable y nadie daba nadie por ti.
- Así era tu destino ese día. No tenías nada y no eras nadie. Todo era negro en tu horizonte y mírame ahora. Tú decidiste cambiarme y no dejarme miserable. En base a tu esfuerzo lo has hecho y para bien. Y heme aquí: decente y promisorio. Has salido adelante por ti y por tus hijos, y te irá cada vez mejor.
Una lágrima humedeció el rostro de Martha.
-No destino mío. Fue mi padrenuestro de cada día.
Lo abrazó, le dio un beso y se alejó. Nunca más volvió a verlo. Sabía que mientras ella esté bien, él también lo estaría.
2 comentarios:
Gustavito despues de haber leido toda la historia,solo puedo decir que nosotros mismos hacemos nuestro propio destino, con la ayuda de nuestro Divino Dios, siempre esforzándonos, y siempre mirando a delante a pesar de todas las adversidades.
Una madre por sacar adelante a sus hijos puede vencer todo tipo de obstáculos.
Gracias por la historia.
Cuidate muchisimo
Muchos éxitos amiguito, para tu linda esposa y tus hermosos bebes
Los quiero mucho a los 4 (lindisima familia)
Besitos
Flordith :)
Viejito:
La historia es impactante y muy cierta: madres así hay -gracias a Dios- bastantes en nuestro mundo.
Tan sólo dejar clara la reflexión que me ha dejado este posteo: "el amor de madre es tan grande, que tan sólo ella misma (la madre) y Dios lo pueden dimensionar"
Desde aquí mi más sincero abrazo a Angélica, tu esposa, que ha tendio la gracia de ser madre dos veces. Espero mi amigo que este domingo en especial la pasen muy bien en familia y que Dios los bendiga.
Un saludo para tu mami también. Un abrazo sincero viejito.
Gracias por esta historia Tavo, de verdad gracias!
A ti, mi eterna amistad
Rinaldo
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